Sé que siempre he dicho que cruzar el Mystic River y subir a La Lagunita es comparable con hacerse una endoscopia y un examen de próstata en un mismo día. Lo que no sabía es que mi aversión humorística se iba a convertir en ataques de pánico al hacerlo. Ahora ya no es odio, sino miedo. Quisiera decir que es una mini paranoia tipo subes el vidrio porque viene un motorizado pero esto es peor. Esto es miedo que no puedo respirar bien, me dan ganas de soltar el volante (suicide watch anyone?), y quiero estacionar el carro, llamar a un helicóptero a que baje con veinte rescatistas o tuitear: “Se busca un amigo urgente en la cola. #necesitounabrazo”.
La sensación es horrible. En un punto específico de la autopista que es justo donde comienza la cola del túnel de La Trinidad comienzo a hiperventilar. Se me acaba la saliva, tengo que bajar el vidrio del carro porque creo que me ahogo y después lo tengo que subir porque ¿y si me asaltan? Prendo la radio, apago la radio y luego me doy cuenta de que no tengo las dos manos sobre el volante y que puedo chocar. Esto es estacionado en una cola de carros que no se mueven, por cierto. Pero yo soy fatalista.
Esto me dura hasta que llego a La Lagunita. No importa que me estacione y tenga cinco minutos de paz. La ansiedad comienza ahí mismo porque después me pongo a pensar que tengo que hacer todo eso de nuevo de regreso. No importa que esté en una cena, un teatro o quien sabe qué hace la gente del otro lado de Mystic River. Lo mío es un miedo como si en cinco minutos llegara un platillo volador, se abrieran sus puertas y me saliera E.T. Lo lamento por la gente que le parece cuchi E.T. Yo veo eso y le echo Off.
La peor sensación del mundo es tener ansiedad sobre algo que está en mi imaginación. Es como una señora conocida que estuvo tan paranoica con los asaltos que cuando por fin los ladrones entraron a su casa les dijo: “¡Por fin! Mijitos, aquí les tengo hasta el café puesto”. Yo no soy el mejor conductor del mundo para nada, pero voy tranquilito, respeto mis normas y juzgo sobre lo mal que manejan los demás. En mi perfeccionismo, arreglo el tráfico, me comunico mentalmente con los infractores y a veces me provoca ser policía de tránsito. Yo sería un genial policía. Multaría a todo el mundo hasta que mi mamá me dijera: “por el amor a Cristo, renuncia que no puedo pagar más una de tus multas”.
Ayer me dio uno de estos ataques lo cual me hizo hacer una regresión tipo brujo y me di cuenta de que es algo que he tenido desde siempre. Lo que pasa es que jamás me había ocurrido que el pánico se sentara en el puesto del copiloto –sin amarrarse el cinturón- y me hiciera querer abordar esto tipo: “Toto, we have a problem”.
No estoy muy seguro pero creo que es más sobre un accidente que pasó ahí en los noventa que me mortificó sobre un carro que salió volando por el canal contrario y se estampó encima de otro carro, dejando solo a un superviviente. Yo no conocía a nadie en ese carro pero por alguna razón siempre pienso en eso cuando paso por ahí. O de repente es algo súper freudiano o quizás me llevé a un gato ahí y no lo recuerdo. O capaz no es nada y yo lo que soy es un malcriado desesperado por ser rico para tener un chófer.
Estar de copiloto no ayuda mucho que digamos. ¿Esos copilotos que van con el pie derecho pegado como si fuera un freno, agarrados por sus vidas en la manilla y que gritan: “¡Frena! ¡Frena, coño, frena!”? Ese soy yo. Tenerme a mí en un carro es lo peor que te puede pasar a ti en tu vida. Siempre digo que yo me voy a ofrecer como pasajero voluntario en Auto Escuela Rossini. Si el principiante sobrevive una hora conmigo está apto para manejar a 200 kilómetros por la Panamericana.
Claramente tengo que hablar con un psicólogo sobre esto porque no puedo ser ese tipo de gente que dejó de manejar porque le da miedo. Tengo 35 años y no 83. Pero en realidad lo que me provoca es montarme en el carro y manejar cien veces una y otra vez por la misma zona de los ataques de pánico durante todo el día hasta que se me quite. Porque eventualmente debo llegar a Mystic River y me niego a ser esa gente que cuando no encuentra quien lo lleve tiene que ocultar la verdad y decir una mentira tipo: “Creo que no podré”. Yo no llevo el Instagram para que la gente se crea el cuento de que no podré.
Así que autopista justo antes del túnel de la Trinidad: Bring it on bitch! Qué voy a tu conquista.