Es muy común escuchar por estos días una frase como esta: “de nueve quedamos tres”. Dicha en contexto, la frase hace referencia a un grupo de amistades que ha visto a varios de sus miembros hacer sus maletas y tomarse su respectiva fotografía sobre el Cruz Diez en Maiquetía. Situaciones que pasan, pues. Y si bien es cierto que tenemos todas las redes sociales y comunicaciones a nuestra disposición, a veces los nueve amigos juntos hacen falta un martes por la noche para sentarse a hacer algo tan trivial como un rompecabezas de cuatro mil piezas.
Haciendo una retrospectiva de mi vida, me he dado cuenta de que yo he tenido nueve grupos de amigos. Algunos en paralelo (cosa que arrecha al otro grupo), otros que van desapareciendo y creándose a medida que crezco. En todos ha habido una gorda. Es el único cliché de mi vida. Cada cinco años yo cambio de gorda y no sé por qué. Debe ser que yo con las gordas me entiendo.
Mis amigos actuales hablan mucho del llamado “saturnazo”. Ese donde cada siete años te cambia la vida. Eso es cierto, hay un estudio que dice que cada siete años uno pierde a la mitad de sus amigos cercanos, reemplazándolos por otros. Eso me pone a pensar en aquella camisa de 5to Año de bachillerato donde todos te firman algo como recuerdo. Todas dicen lo mismo: “Amigos para siempre” y “Nunca cambies”. En contadas ocasiones, la primera frase se cumple. La última frase, sin embargo, es la falacia más grande de todos los tiempos porque todos, querámoslo o no, cambiamos.
La gravedad de la situación actual es que el cambio de amistades se está dando por circunstancias ajenas a episodios conocidos como que vives muy lejos, tenemos vidas distintas, estás criando muchachos o criando resacas. Un factor externo basado en la situación política acelera el cambio. Qué bien que estás en Weston, pero en verdad ¿qué tanto me puedes contar sobre Weston hasta que no tengamos más nada en común?
Los amigos, amigos son. No importa la distancia. Hay gente que yo no he visto en diez años y los considero mis hermanos. Y es cierto, son irremplazables porque siempre te van a llevar a ese momento de vida que fue compartido y que se considera especial. Pero también es cierto que uno no se puede quedar solo en la vida. Puedes conseguir al amor de tu vida, pero también necesitas amigos. Y comenzar ese proceso de casting, -vamos, que hacer amigos es un casting en si mismo- con más frecuencia ahora que nunca se puede volver agotador.
Yo soy proclive a la adopción de amistades. Cada persona que se va de Venezuela debería poner en adopción a su mejor amigo que se queda. Ejemplo, Pedro tiene un mejor amigo llamado Carlos cuyos intereses son películas de los ochenta, la música de Los Beatles y el Real Madrid. Odia los sándwiches de jamón con mayonesa pero ama la ensalada César y piensa que si una botella de vino se abre es para tomársela integra.
Bueno, Pedro debería subastar a ese amigo en Facebook para que alguien con intereses similares lo adopte. Pedro siempre será amigo de Carlos pero va a necesitar a alguien que lo cuide en su ausencia. Hacer un casting para dejar a Carlos con alguien que jamás le tumbe el puesto, pero que por lo menos le garantice que no se va a quedar como un Niño Perdido de Peter Pan. Es como si Chandler Bing se muriera y no dejara instrucciones para ver qué se hace con Joey Tribbiani. Eso no se hace en el mundo de la amistad.
Es medio chulo, pero la adopción de amistades no es una mala idea en estas épocas donde más que un país estamos dejando también a un hermano atrás. Por lo menos cuando se diga “de nueve quedamos tres” también se puede decir “pero lo dejé cuidado con un partidazo de amigo nuevo que le conseguí”.-