Hace un par de meses me llamaron para participar en un video de sordo-mudos. La idea es que me iban a enseñar el idioma y yo iba a dar un mensaje con mis manos. Cosa que me gustó, yo hablo demasiado con las manos de todas maneras. El nombre de la productora que me llamó se perdió en la agenda y en la memoria hasta que un día volvió a sonar el teléfono. “Mira, que si puedes venir a grabar el video… ¡Excelente! … No vale, encantada yo… qué chévere… sí mira, es en la Iglesia de Manzanares, ¿sabes? Ok, atrás hay unos nichos fúnebres. Ahí nos vemos… ¡Bye!”
Una cosa es echármelas más que el traductor sordomudo en la edición meridiana del noticiero Venevisión. Otra muy distinta es jugar a la Ouija.
Pues yo me fui al cementerio. Igual iba a ser buen cuento pasara lo que pasara. Ahí me esperaban cuatro muchachos con unos Torontos, una Coca Cola de lata con un vaso de hielo y una caja de Astor Azul. Claramente me compraron. Nadie me había recibido tan alfombra roja como ellos y me pareció un detallazo. Hasta que les pregunté por qué habían escogido una locación tan fantasmagórica para mandar un mensaje institucional a nuestros amigos sordo-mudos.
Menos mal no eran ciegos porque su cara fue un poema.
Resulta que yo me había equivocado y también le había dicho que sí a ayudar a una chama en su tesis sobre como los venezolanos percibimos la muerte. Ella quería mi opinión sobre si el venezolano le encuentra humor a la muerte o si todo le parece una tragedia. Como más lógica la locación entonces.
Dar una entrevista en un cementerio no es cosa fácil. Mientras los muchachos cuadraban su cámara, micrófono y anime para cuadrar la luz yo leía los nombres de las personas que descansan ahí. Así se ha debido sentir Mulan en el templo de sus antepasados, pensé.
Para distraerme me puse a leer los nombres y fechas en los nichos. Como en todo cementerio, había jóvenes y había viejos. ¿Le encontrarían ellos algo de humor a su propia muerte? No lo sé. Jamás me he muerto, pues. Pero aunque intenté ser serio en todo momento, dado el respeto del lugar, espero que por lo menos se hayan reído con algunos de los cuentos que eché sobre como yo veo la muerte. Porque espero que cuando sus familiares los visiten, no solo le digan cuánto los echan de menos, sino que les echen un cuento cómico.
Es que es la pura verdad, para mí los venezolanos lloran a sus muertos pero una vez que se comprende la tragedia (que pueden ser días o años), siempre se habla de ellos como si estuvieran aquí con nosotros. El venezolano no se ríe de la muerte (sacrilegio), pero si encuentra algo del muerto que tarde o temprano lo hace sonreír. Por alguna razón, la muerte se equipara a las fotos una vez que la misma se revela. De todo lo horroroso, siempre te quedas con lo mejor para el recuerdo.
Me viene a la mente mi abuelo Branger por ejemplo. Él decía que una botella de vino no se podía dejar por la mitad porque era un insulto para los que extirparon las uvas. ¡Había que tomársela integra! Mi abuelo debe tener más de quince años que se fue al bar en el Cielo y cada vez que yo abro una botella de vino no me acuerdo de su cáncer, me acuerdo de su frase que me hace sonreír.
Uno de los días más bonitos que yo he pasado con mi familia Aguerrevere fue el día que se fue Viejo, mi otro abuelo. Fuimos al cementerio, lloraron los que querían llorar (los Aguerrevere no lloran a mares ni ríen a carcajadas, es una tragedia) y después nos fuimos todos a una casa a almorzar y a descorchar botellas. Cada quien echó cuentos cómicos sobre él y sin duda así ha quedado siempre. Un echador de vaina que cumplía los 27 de noviembre. De la fecha de su muerte borré el número y el mes de mi cabeza. Solo recuerdo que ese día tuve un almuerzo espectacular con mi gente.
Me gustó el ejercicio de colaborar con esta tesis porque, además de unos Torontos, me hizo ver frente a esos nichos cubiertos de flores que ahí está la gente cuyo chance para un cuento cómico se les venció. Una vez que te vas todo depende de los demás. Ese es el humor detrás de la muerte entonces. Vive tu vida como para que alguien eche un cuento cómico sobre ti cuando ya no estés. ¿Cuál es ese cuento? Eso no es problema tuyo, ya tú te despachaste. Que lo escojan los demás. Por eso hay que cerciorarse de dejar un buen menú. Y Torontos, pues. Solo porque los Torontos son lo máximo.